Los estatutos de limpieza de sangre. Controversias entre los siglos XV y XVII.

miércoles, 16 julio 2014

Albert A. Sicroff

Colección Estudios judeo-españoles «Samuel Armistead y Joseph Silverman», 6. Newark, Delaware: Juan de la Cuesta- Hispanic Monographs, 2010. 435 páginas.

Desde su fundación, la editorial Juan de la Cuesta ha prestado un valioso servicio a los estudios hispánicos mediante la publicación de un número considerable de estudios sobre filología e historia, además de traducciones y ediciones de numerosos clásicos. Una de las facetas más loables en el programa editorial de Juan de la Cuesta lo constituye la reedición de estudios filológicos, por ejemplo el Don Quixote: Hero or Fool? de John J. Allen (Juan de la Cuesta, 2008). La más reciente de estas reediciones es Los estatutos de limpieza de sangre de Albert Sicroff, estudio publicado antes, en francés, por la editorial parisina Didier en 1960, y sacado en traducción española por Taurus en 1985. Se reedita ahora el texto español de 1985, sin adiciones declaradas, en un momento propicio, sin duda, dado el renovado interés que los estudios sobre el Siglo de Oro se están cobrando de un tiempo a esta parte. El libro de Sicroff merece esta reedición para ponerse de nuevo en el mercado y al alcance de quienes se dedican al estudio de los siglos XV al XVII y puesto que explica, de modo metódico y pormenorizado, el desarrollo de una de las políticas más determinantes para la sociedad española de los Siglos de Oro: la implantación de los estatutos de limpieza de sangre y, como resultado de ello, el establecimiento de un nuevo orden social. Se trata de lectura obligada e inexcusable para cualquier estudioso de la literatura áurea.

Comienza el volumen con «Prólogo: sobre la presencia de los conversos judíos en la historia española », redactado en 1981, donde Sicroff ofrece una serie de reflexiones acerca del calado de su estudio y del valor que atesora para el entendimiento de la historia de España. Sicroff reconoce la labor de Américo Castro y afirma, en función de las investigaciones de Castro y las propias, que «en el ambiente español de aquellos siglos [XV al XVII], no pudo dar igual ser un cristiano de origen judío que no serlo. Inevitablemente la vida del converso como cristiano hubo de quedar matizada por los padecimientos derivados de la traumática experiencia de sentirse despreciado y perseguido por su descendencia de judíos» (19). En su prólogo, pone Sicroff como ejemplo a fray Luis de León y cómo la obra del sabio agustino debe interpretarse y comprenderse en función de su origen judío. Henos ante una cuestión que ha levantado ampollas y que quizá tenga en las polémicas entre Castro y Sánchez Albornoz sus episodios mejor conocidos: la participación de las minorías judía y árabe en la conformación étnica del pueblo español. Sicroff menciona explícitamente la cuestión en su prólogo y sobre ella arrojará luz en el transcurso de este libro.

Sicroff acomete la cuestión que le ocupa en una secuencia sincrónica que lleva desde la Edad Media hasta el siglo XVII. En las postrimerías de su estudio, Sicroff trae a colación el caso de las «doce tribus de chuecas» en Mallorca, gentes de origen judío que aún en el siglo XX se distinguían del resto de la población. Ello sirve de constatación de cómo los estatutos de limpieza de sangre tomaron carta de naturaleza en la sociedad española y regularon la interacción entre los cristianos nuevos y los viejos. El primero de los capítulos de este libro, titulado «Los orígenes del problema judeo-cristiano en España en el siglo XV», explica con esmero la génesis del ostracismo a que se condenó a la minoría judía. En el segundo capítulo, «Difusión de los estatutos de limpieza de sangre en las comunidades religiosas y seglares de España», explica Sicroff cómo órdenes militares y religiosas establecieron sus estatutos de limpieza de sangre, vedando así la entrada en ellas de quienes descendiesen de judíos y musulmanes, principalmente cuando sus antepasados hubiesen sido procesados por la Inquisición. Prosigue el libro con los capítulos «La limpieza de sangre reconocida oficialmente por la Iglesia y el estado españoles» y «Recrudecimiento de la controversia sobre los estatutos», donde se repasan los episodios más singulares en la implantación de las leyes de probanza de limpieza en el seno de la Iglesia, sobre todo a partir del estatuto de la catedral de Toledo. El capítulo «Hacia una reforma de los estatutos de limpieza de sangre» analiza las propuestas de quienes, desde la Iglesia, trataron de suavizar lo estricto de las medidas originadas en Toledo. Acaba el libro con los capítulos «La obsesión persistente» y «Conclusión: algunos aspectos de España bajo el régimen de los estatutos de limpieza de sangre», antes del «Post-scriptum a la versión castellana de 1985».

Este libro quizá ofrezca aún, medio siglo después de que apareciese la primera edición, la mejor perspectiva sobre la cuestión de la limpieza de sangre. Dicho esto, me parece importante resaltar que nos las habemos con una cuestión peliaguda donde las haya. Sicroff presenta a los lectores los hechos tal cuales fueron, y en contadas ocasiones se permite juicios interpretativos explícitos. Así las cosas, se percibe en Sicroff una sintonía perenne con las tesis de Américo Castro y otros que le siguieron. En Los estatutos de limpieza de sangre hallamos informaciones valiosísimas para entender mejor la sociedad española del Siglo de Oro, que nos devuelven siempre a las cuestiones planteadas por Castro. En su interesante «Prólogo a la versión castellana de 1985», Sicroff se alinea denodadamente con Antonio Domínguez Ortiz, quien subrayó por aquellos años el drama de los cristianos nuevos. Ello es especialmente así en el capítulo «Conclusión: algunos aspectos de España bajo el régimen de los estatutos de limpieza de sangre», que comienza con el apartado «El efecto que pudo tener la preocupación de limpieza de sangre en la vida individual de algunos españoles» [mis cursivas]. 

El lector de este libro acrecentará considerablemente su conocimiento de la sociedad áurea, mas corre el riesgo de caer en interpretaciones catastrofistas, que muy bien pudiesen ser ciertas, pero que están sujetas a interpretaciones muy varias. No deja de ser verdad que, como explica metódicamente Sicroff, los estatutos de limpieza de sangre se impusieron y arraigaron en España y que constituyen una ignominiosa e inicua afrenta a las minorías étnicas que poblaban el país. Así las cosas, es menester recalcar que, desde la publicación en 1960 de este estudio, la perspectiva histórica sobre la Inquisición ha cambiado considerablemente, sobre todo merced a los estudios de Kamen. Cierto es que ciertas órdenes militares impusieron sus estatutos; tan cierto como que otras no lo hicieron. Verdad es que algunas órdenes religiosas acordaron democráticamente estas medidas antidemocráticas; tan verdad como que otras órdenes las repudiaron, por ejemplo la Compañía de Jesús. Puede repararse en la figura del Cardenal Silíceo, arzobispo de Toledo que impuso un estatuto con efecto en toda la ciudad imperial, y verse claramente que procedía de un ambiente campesino muy humilde, cercano a Llerena (uno de los centros más poderosos del Santo Oficio) donde los prejuicios contra los judíos formaban parte de la realidad cotidiana. El lector de este excelente libro podrá aprender, si presta atención a lo que en él se expone, que los estatutos fueron implantados por personas, por quienes, en sus respectivos puestos, votaron a favor de ellos. En el caso del estatuto toledano, se opusieron a él la Universidad de Alcalá y ciertos nobles, así como Felipe II (siendo aún príncipe) y el Papa. Que ulteriormente Felipe II (ya rey) y el Vaticano lo aprobasen pudiera deberse en gran medida a que, tácitamente, se hubiese venido aplicando de facto. Los estatutos dieron pie a algunas de las controversias más emocionantes de la historia intelectual de España y en el libro de Sicroff hallamos aún el más detallado estudio sobre los mismos.

J. A. G. Ardila

University of Edinburgh

Volver

Comentarios

No existen comentarios para la entrada.