LA TELEVISIÓN DURANTE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA

jueves, 18 septiembre 2014

Manuel Palacio

Madrid, Cátedra, 2012, 453 pp + DVD documental

Las lágrimas del presidente.

Posiblemente, los años más interesantes de la historia de la televisión en España se concentran en aquéllos que coinciden con el cambio de régimen entre la dictadura franquista y la democracia constitucional que se prolonga hasta nuestros días. Y, sin embargo, la televisión de esos años ha contado tradicionalmente con el lastre de las duras críticas que casi siempre ha recibido sectorialmente el medio, sin haber profundizado lo suficiente en el análisis de los contenidos que Televisión Española ofreció en esos años.

Tal parece ser el propósito del libro de Manuel Palacio, referente imprescindible del estudio de los medios de comunicación en España durante los años de la Transición. El libro se incluye en la colección Signo e Imagen de la editorial Cátedra, colección pionera en España sobre los medios de comunicación, cine, radio, fotografía y televisión, así como algunas cuestiones de Teoría de la imagen y que desde comienzos de los ochenta dirige Jenaro Talens. Por su parte, Manuel Palacio es Catedrático de Comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus libros destaca Historia de la televisión en España (2001) que resultó premiado como el mejor libro de la Asociación española de Historiadores de Cine, Las cosas que hemos visto… 50 años y más de TVE (2006) y El cine y la Transición Política en España 1975-1982 (2011).

El libro de Manuel Palacio responde muy ajustadamente a ese propósito de desmitificar el tópico de la escasa calidad de la televisión de la Transición.

Y es más, la televisión de esa época, ya desde los años del tardofranquismo insistió en «crear maneras de una socialización de los españoles articulada en valores distintos de los de la dictadura». Y esos valores cristalizaron a través de la programación televisiva de modo que su pervivencia fue vital en la forja de la democracia posterior, así como en su consolidación. No sólo los informativos y el periodismo serio fue el responsable de esa trasmisión de justicia, equidad y participación política de los ciudadanos en el ritmo de la sociedad, sino también series de televisión como Curro Jiménez, Turno de oficio o Anillos de oro, o concursos y documentales como Vivir cada día o Informe Semanal. Del mismo modo, Manuel Palacio considera que la televisión de esos años, quizás fue más restrictiva en lo referente a la apertura política que la televisión de otros países de su entorno, como Portugal o Grecia, y sin embargo, ofrece valores diferenciales que marcan su especificidad como la relevancia otorgada a los desnudos televisivos y el destape, las palabras malsonantes o el mundo de las drogas, así como la creación de cierto marketing político y cierta fotogenia televisiva de la que se beneficiaron la mayoría de los líderes de los partidos democráticos de esos años.

De manera lineal el libro recorre cronológicamente la trayectoria de la televisión en España desde los «rescoldos del franquismo» y el ocaso de la carrera política de Carlos Arias Navarro. Y, en ese sentido, resultan interesantes los detalles que se ofrecen sobre la manera de trabajar que tenía aquella televisión primitiva, aquejada de una carencia de medios considerable y una censura que los profesionales de la casa intentaban esquivar de manera bastante inteligente. El papel de Juan José Rosón, como Director General de Radio Televisión, marca esa apertura hacia los nuevos tiempos con un relajamiento de la censura tanto en las series como en parte de los informativos. Y frente a ese aparente cambio de rumbos, Palacio detalla los reparos de los sectores más conservadores del Opus Dei que implicaban la retirada de programas y películas una vez anunciadas, tal como sucedió en 1972 con el film La invasión de los ladrones de cuerpos, o la destitución de gestores de peso como Pío Cabanillas tras la emisión de una versión de Don Juan. Manuel Palacio detalla la emisión de programas verdaderamente revolucionarios en su momento como la serie Pipi Calzas Largas o alguna atrevida actuación de Rocío Jurado que provocó el escándalo a causa del prolongado escote de la cantante, pero que suponían síntomas de que España se dirigía por nuevos derroteros.

El libro, en general, destaca el papel de las series de ficción como modelo de socialización efectiva, ya que fueron éstas las inspiradoras de valores verdaderamente democráticos que supusieron una renovación de formas de ver el mundo y la realidad de la España del momento. En ese sentido, es fundamental el papel de series que marcaron el inicio de la posibilidad de generar productos de calidad de producción propia acordes con la nueva etapa democrática: series como Cañas y barro, basada en la novela de Vicente Blasco Ibáñez o Fortunata y Jacinta sobre la obra de Benito Pérez Galdós. Una mención imprescindible es la de la personalidad de Antonio Mercero, autor de series inolvidables en la historia de la televisión como Ese señor de negro o Verano azul. Igualmente, las series de televisión se erigieron en un medio de traslación a la opinión pública de una nueva imagen de la mujer española. Con la presencia en el medio de mujeres como Ana Diosdado, Josefina Molina, Lola Salvador, Carmen Sarmiento o Pilar Miró germinó el ambiente propicio para que surgieran series como La señora García se confiesa o Las viudas en donde se rompía con los estereotipos de mujer abnegada del franquismo.

El papel de los informativos como un programa que consiguió pasar de las siniestras comparecencias de Arias Navarro a la configuración de unos modernos servicios informativos constituye uno de los capítulos más interesantes de este trabajo. Manuel Palacio detalla todas las reformas administrativas por las que el ente público pasó y que supusieron el cambio de la televisión hacia la apertura democrática. La figura del monarca como referente de esa nueva España y la confección de una imagen al servicio de la Corona suponen un nuevo ejemplo de cambio y traslación del nuevo imaginario del país a la opinión pública. Como se señalaba en la revista Tele-Radio, citada en el libro, «Democracia es aquel sistema político por medio del cual, en vez del NODO es Raquel Welch la que está al alcance de todos los españoles». 

Con Adolfo Suárez, como presidente del Gobierno, la televisión de convierte en un portavoz de las distintas vertientes políticas, y los valores del Estado de derecho se van presentando en la práctica diaria de la vida de los españoles. La política aprende de la televisión. Manuel Palacio explica con detalle todos los reparos e inconvenientes que rodearon al mundo de la televisión en España con las primeras elecciones democráticas, que también eran las primeras elecciones con televisión, y el problema que suponía repartir los espacios electorales para cada partido, ya que no existían referentes de cuantificación de votos como en la actualidad, pero lo curioso, y ahí se halla el valor de los datos que aporta el autor, es la escasa incidencia que tuvo la televisión en el resultado de las elecciones, ya que los resultados no fueron muy diferentes de los obtenidos en las elecciones de 1936 si colocamos a los distintos partidos en dos franjas políticas. 

Pero la televisión durante la Transición española supuso ante todo un intento de apertura ante las nuevas inquietudes de los ciudadanos españoles. En un mundo en que revistas como Interviú se convertían en publicaciones de gran tirada, programas como Informe Semanal o La Clave ponían de relieve la posibilidad de dialogar y de conocer aquellos temas sobre los que no se había tenido ninguna noticia sin sesgar durante cuarenta años. De especial importancia resultó ser el programa La Clave, dirigido por José Luis Balbín, y fundamentado en el pase de una película y el debate posterior que reunía figuras relevantes de las más variadas posiciones sociales e ideológicas. El programa se abría así a la defensa de la opinión y a la defensa de la aproximación a la verdad en un clima distendido que a veces incluía temas polémicos como el aborto, el paro, el Papa, la guerra fría o la energía nuclear. La Clave fue un elemento esencial en esa creación de spacio público y de sociedad moderna que se imponía la televisión de entonces, ya que antes que denostar el pasado dictatorial, se preocupó de crear una nueva generación de conciencias o como se dice en el libro de «crear nuevos españoles», cuestión que se pone de relieve al ser difusor también de una gran cantidad de películas de calidad que fueron vistas por una generación a la que luego le sirvieron como referente. 

Manuel Palacio también destaca en esta generación de nuevos contenidos para una nueva ciudadanía que debía empaparse de nuevos valores, la función de los programas culturales. Espacios como A fondo, de obligada presencia en las bibliotecas del  mundo hispano, o de programas híbridoscomo Los comuneros.

Finalmente, como destaca el capítulo final, el libro reflexiona sobre la memoria televisiva de la Transición, es decir, sobre la visión que las ficciones televisivas han tenido sobre el papel de aquellos años, a veces mitificados a veces marcados por una nota de melancolía, años en definitiva retratados por las imágenes que, como las de sucesos como la Coronación del rey Juan Carlos I, el asesinato de Carrero Blanco, la muerte de Franco o la subida al estrado de Manuel Tejero durante el asalto al Congreso del 23-F en 1981 forman parte de la cristalización de nuestra memoria histórica: memoria hecha de imágenes e imágenes que suponen salvaguardar la memoria de nuestro país a través de un medio muchas veces exageradamente despreciado. 

Todo ello hace del libro de Manuel Palacio un retrato extremadamente curioso y revelador de una época que entraña un tremendo interés A esa época el estudio le rinde una merecida justicia al mismo tiempo que un comprensible homenaje, al confeccionar un análisis ponderado que pone a cada actor social en su papel histórico con todas sus virtudes e inconvenientes y sin reparar en exacerbados posicionamientos ni extremismos alejados de la honestidad histórica, otorgando al medio televisivo la importancia de su función de socialización y de generación de valores ciudadanos sin descuidar el hecho de que la televisión es televisión y nada más.

Luis Veres

Universitat de València

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