ENCUENTRO DE GENERACIONES. MIRANDO HACIA EL 50

jueves, 25 septiembre 2014

David Pujante (ed.)

Valladolid-New York: Cátedra Miguel Delibes, 2011, 248 páginas.

Resulta casi un socorrido lugar común afirmar que los libros colectivos pecan de excesiva heterogeneidad y asimetría cualitativa. No falta nunca razón a tan sabio razonamiento de pasillo y de café con trasfondo académico. Pero tampoco podemos obviar que, como todo razonamiento heredado de los malos hábitos de criticar muchas veces sin argumento, se cae en generalizaciones injustas (casi nunca son justas, tampoco vamos a negarlo), que valoran una obra sin apenas haberla leído con detenimiento. No es el caso del volumen que tan acertadamente ha coordinado y editado el profesor de la Universidad de Valladolid, David Pujante. Con una trayectoria más que brillante, tampoco hace falta hacer excesivas cábalas para dar por seguro que su libro tendrá como principal eje el rigor y la seriedad. Acaso, además, une en este libro el positivo criterio de la uniformidad de tono crítico: no hay aportación que haga desmerecer el conjunto; es más: no hay estudio alguno que haga peligrar, en ningún momento, el sentido de volumen compacto y bien elaborado, incluso ni con la singularidad que supone el artículo de García Berrio, como veremos. Porque esta sensación de cierta inseguridad ante un conjunto de estudios hilvanados la compartimos los habituales lectores de este tipo de obras colectivas, pero aquí Pujante ha sabido corresponder, sobradamente, a las expectativas, ya no sólo para aquellos que, ávidos de acumular bibliografía sobre poesía contemporánea, decidan leerlo y anotar de él aquellas calas críticas de especial o concreto interés, sino también porque el lector que se acerque a este libro encontrará, por encima de cualquier otra cosa, un volumen bien escrito, lúcido, con aportaciones claras, sencillas, precisas y bien razonadas. Es verdad: a veces hacer las cosas bien y de manera sencilla es lo más difícil y es ahí donde la mano del editor resulta clave para rescatar la obra o para lanzarla al triste montículo de libros que, como en el Quijote, quizá también deban arder. Este, sin duda, escapa de la quema por justificados y numerosos motivos. 

Esta mirada hacia el 50, como el subtítulo del libro indica, no es un horizonte sobre el que arrojarse con total libertad: partiendo de una generación senior, este libro surge por la firme intención de unirlos a otros poetas posteriores, con su poesía compartiendo la tarima de lo contemporáneo, y los críticos que tratando de justificar el porqué de tal vigencia y enriquecedora convencia: ¿Qué hace que poetas como Francisco Brines o Claudio Rodríguez sean considerados como «clásicos contemporáneos»? Y a esto responden, con una solvencia más que evidente, los trabajos de Francisco Javier Díez de Revenga, Antonio García Berrio, José Enrique Martínez y Jaime Siles. La nómina, como se puede ver, es inmejorable, aunque el libro girarse, sobre todo (y principalmente) sobre la figura de Francisco Brines. Cuatro trabajos que evitan caer en la redundancia crítica, es decir, en la cita fácil, en la acumulativa rémora de deudas y contentos implícitos: se apuesta por aportar nuevos enfoques; se pretende vaciar ciertos clichés y perforar la maraña de una crítica anclada en lo ya dicho. 

Y esta revisión la llevan cuatro de las voces más autorizadas de los estudios poéticos contemporáneos. Por eso, Díez de Revenga, en su artículo «Permanencia de un clásico contemporáneo » vuelve a poner en el marco del debate la poesía de Brines o como él mismo afirma «Interesa ahora […] encontrar al clásico contemporáneo y mostrar su permanencia». Por su parte, Antonio García Berrio, en su artículo «Claudio Rodríguez: impulso e inscripción en un poema inédito de callejeo» nos adentra en el análisis de unos manuscritos de dos poemas del poeta de Zamora, pero no sólo con el objetivo de mostrarnos las variaciones que se fueron dando en las diferentes versiones conservadas, sino porque busca explicarnos algo tan complejo como es el «efecto estético », la intención imaginativa y estética, es decir, ese laborioso paso por el taller creativo y que tan lejos está del tópico de la inspiración poética. Por otro lado, José Enrique Martínez con «Caballero ya más allá del tiempo (confluencias y divergencias estéticas sobre un mismo asunto)» hace un análisis pormenorizado del poema de Francisco Brines «El caballero dice su muerte» y la curiosa similitud que tiene con la figura escultórica de la Catedral de Sigüenza, para finalmente comparar este poema brinesiano con el de José Luis Puerto, titulado «Doncel de Sigüenza» y el de Andrés Trapiello, «El doncel», pues en verdad está haciendo una progresiva revisión de la figura del doncel en la poesía contemporánea. Ya por último, Jaime Siles en «Poesía política y moral en Francisco Brines: a propósito de Materia Narrativa inexacta» nos adentra en el estudio de la obra quizá menos estudiada de Brines: un libro que muestra un yo brinesiano volcado hacia lo confesional anticipando ya esas famosas composiciones de lugar características de su obra, como demuestra el propio Siles. 

El segundo de los vectores sobre el que se articula el libro es ese «encuentro de generaciones», de ahí que la segunda parte del libro sea exactamente eso: poetas de diferentes generaciones haciendo un círculo alrededor del fuego de la buena poesía de los seniors y sumándose a la fiesta del encuentro con las herencias que uno, no sólo para sí, está gozoso de reconocer. Así, poetas como Amalia Bautista, Vicente Gallego, Juan Antonio González Iglesias, Carlos Marzal, Esperanza Ortega, Luis Antonio de Villena, José Luis Puerto y el propio Francisco Brines, dejan sus poemas inscritos en este volumen que pretende atravesar la maraña de las distancias generacionales y temporales, precisamente porque la buena poesía no conoce de tales límites, de ahí que a sus poemas lo acompañen una interesante reflexión sobre su particular visión de esa importante generación poética de los 50. 

Estamos, sin duda, ante un libro que apuesta más por el placer de la lectura que por la acumulación de estudios: lo que realmente hace atractiva esta unión de intenciones y ritmos, de expresividad y de profundidad interpretativa, es precisamente el buen gusto, la delicadeza con la que se ha tratado cada detalle. No seamos tan inocentes en nuestra esperanza: no es precisamente un valor al alza, ni tampoco un criterio siempre seguido y conseguido. Si así fuera ¿por qué resaltar esta cualidad de un libro? A veces cuesta tanto encontrar algo hecho con criterio que hasta parece obligatorio resaltar que, sobre todo, esta es la principal cualidad de un libro. Lo bueno es que aquí, el buen lector, sí disfrutará y le sobrarán argumentos para celebrar que no siempre se cumplen esos tópicos que dicen que las obras colectivas son cajones de sastre donde a veces cuesta encontrar algo que merezca la pena. 

Sergio Arlandis

Universitat de València

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