Acerca de Miguel Hernández: espejos americanos y poéticas taurinas ,

viernes, 18 julio 2014

José M.ª Balcells

Madrid, Devenir, 2012

Aparte de numerosos y diversos estudios sobre poesía hispánica, clásica y contemporánea, el profesor –catedrático de Literatura Española en la Universidad de León– José María Balcells ha publicado igualmente relevantes investigaciones centradas en el poeta alicantino Miguel Hernández, del que aún queda cercana la celebración, en 2010, del primer centenario de su nacimiento, a consecuencia del cual se aumentó considerablemente el conocimiento de su obra y personalidad. A Balcells, que ha tenido paciencia para expurgar la ingente y plural bibliografía acerca del poeta oriolano, le debemos también a partir de ahora el haber reconsiderado ciertos asuntos que a pesar de haber sido ya tratados «en realidad admiten y aún demandan ser cercados de nuevo y exprimidos con asedios más severos». Por esta razón –explica Balcells en el prefacio que estamos leyendo–, cuanto en el presente volumen «se ofrece a los lectores no consiste en el hallazgo y en la rebúsqueda de asuntos novedosos, sino en la reconsideración de dos ámbitos de pesquisa sobre los que se ha dicho bastante, pero no suficientemente, y en los que debe hurgarse bastante más». Se justifica de este modo la materia de la que se tratará en el volumen, dividido por el propio estudioso en dos grandes apartados que surgen precisamente de los dos aspectos que se abordan: «el de la relación del escritor de Orihuela con diversos autores hispanoamericanos y el de sus vínculos personales y poéticos con el toro, su mundo y sus polisemias». El planteamiento de tales asuntos reaparece con un sesgo metafórico en el título general del libro: Miguel Hernández: espejos americanos y poéticas taurinas, al cual acoge Devenir como número 25 de su prestigiosa colección «Devenir Ensayo», después de ese otro de David Roas titulado La sombra del cuervo. Edgar Allan Poe y la literatura fantástica española del siglo XIX (Madrid: Devenir, 2011). 

De esos dos ámbitos de interés señalados por Balcells, el primero se compone de cuatro capítulos, iniciándose con el titulado «El modernismo hispanoamericano», el único además de todo el libro que ya contaba con una primera versión anterior de 2010 publicada en el volumen colectivo Un cósmico temblor de escalofríos. Estudios sobre Miguel Hernández (Murcia: Cajamurcia, 2010). En sus páginas demuestra el catedrático ensayista la influencia de Rubén Darío en el poeta español, al menos hasta 1932, año que limitaría esa rubeniana «filiación en el primer Hernández». Pero una nueva afirmación, la de que «al oriolano puede vinculársele también con Amado Nervo» (pág. 25), da lugar a una breve disquisición para asentar que este otro poeta modernista era también conocido por Miguel Hernández, lector a su vez de la obra del igualmente modernista Julio Herrera y Reissig, un estímulo literario al que se le dedican los curiosos datos que se contienen entre las páginas 29 a 47.

Se continúa este primer apartado con un segundo capítulo («Conciencia política y desgarro lírico: Raúl González Tuñón y César Vallejo») en el que, en primer lugar, se atiende «al giro ideológico a favor de los desposeídos », notando además que este «nuevo sesgo poético lo recibió del ejemplo humano y literario de Raúl González Tuñón […]», a partir de 1935, lo que evidentemente se prueba con acopio de datos literarios y biográficos. Eso en primer lugar, porque a continuación el ensayista se centra en la vida del escritor peruano César Vallejo, a quien Miguel Hernández debió conocer a finales de 1936. En varios epígrafes, basados más en la suposición que en testimonios incontestables, quiere exponerse el quehacer literario de ambos poetas, el peruano y el español. Lo que ambos pudieron llegar a tener en común se afronta en los epígrafes «De semejanzas» y «De convergencias divergentes»; y es entonces cuando se comparan los poemas «Un hombre pasa con un pan al hombro», de Vallejo, y «Llamo a los poetas», de Hernández. 

Va avanzando, pues, este libro en búsqueda de relaciones con la literatura hispanoamericana contemporánea. De ella también conoció el poeta orcelitano los nombres de otros dos grandes escritores como fueron Nicolás Guillén y Alejo Carpentier. Se aclara que Hernández tuvo con el primero no una relación vista «en términos de influencia literaria del uno sobre el otro, sino en el plano de las relaciones personales […]», que a la sazón se comentan en varios parágrafos. Y con respecto a Carpentier (véase págs. 109-120), se advierte que realizó diversos escritos para recordar en Cuba al poeta español, cuya voz llegó a grabar en París y quien muy concretamente lo recordó en su obra La consagración de la primavera, del año 1978. Y tras referirse a estos dos autores, en el cuarto de los capítulos mencionados (uno de los más extensos, con 35 páginas) se va a establecer la relación con otro adelantándolo en el titular: «Crónica, elegía, escena: Pablo de la Torriente Brau». Es este un capítulo de tinte biográfico, pues cuenta en síntesis la vida del citado periodista cubano, que acaba recalando en España y enrolándose en el ejército republicano. Esta circunstancia propicia que al fin termine conociendo a Miguel Hernández, con el que compartirá tareas de propaganda política hasta su muerte (la del cubano) «a causa del balazo mortal recibido el 18 o 19 de diciembre de 1936 […]». Balcells se basa en varias cartas de Pablo de la Torriente y en la «Elegía segunda» de Hernández para documentar la estrecha amistad habida entre ellos, que igualmente aparecerá reflejada por el poeta español en su pieza dramática Pastor de la muerte. 

Con el siguiente capítulo «La forja de un aficionado taurino» se comienza el segundo apartado del plan general que se había propuesto José María Balcells, y se comienza basándolo en «la aseveración de que Miguel Hernández fue no sólo un aficionado a la fiesta brava, sino un grandísimo aficionado a ella», dándose «como pruebas principales de dicho aserto la temática taurina que se halla en su poesía y en su obra teatral, y también sus aportaciones a la enciclopedia Los toros que dirigió admirablemente José María de Cossío». El ensayista, con todo, pretende acopiar datos que den verosimilitud a estas afirmaciones y establece, en primer lugar –para demostrarlo acto seguido–, que «Hernández nació en una ciudad de prosapia taurina donde las haya», a todo lo cual añade distintas anécdotas de los amigos del poeta, en particular de uno que era Carlos Fenoll. Pero el paso del anecdotario vital a la vocación literaria de Miguel Hernández se produce tras el rótulo «Poesía taurina». Los comentarios de Balcells se centran entonces en las octavas de tema taurino que aparecen en Perito en lunas, en otros dos poemas de la misma época (1932) y en otros que, sin ser de hecho de tema taurino, aluden al mismo. Ya en los últimos epígrafes se comentan con detenimiento los poemas «Elegía media del toro» y «Corrida real». Después, «Tauromaquia teológica», el séptimo capítulo del libro y el tercero de los de temática taurina, tiene este llamativo título por atender –citando a diversos autores antes que al propio Hernández– a la «perspectiva teológica de la lidia», apreciable primeramente en su obra teatral Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras (donde varias quintillas orientan el planteamiento de lo taurino «enfocado a la luz del cristianismo católico») y luego en el poema «Cita fatal», escrito con ocasión de la muerte trágica del torero Ignacio Sánchez Megías, y por fin en su otra obra dramática El torero más valiente. El poema queda comentado sucesivamente en tres detallados epígrafes que son «Disposición en tríptico», «El miedo de la estatua» y «Deconstrucción mítica», aduciendo el ensayista que en el «contenido de este poema, hay distintos rasgos que llaman la atención, siendo acaso el más llamativo el de que ostensibiliza el poeta la cosmovisión de una teología católica para la tauromaquia». En cuanto al significado de la obra dramática El torero más valiente, las catorce páginas que se le dedican recuerdan los intentos del autor por estrenarla pronto en Madrid, redundando luego en señalar «que son numerosísimos los aspectos relacionados con la fiesta brava que pueden y deben comentarse » (véase el parágrafo «Ligámenes con ‘Citación fatal’»); y fijados estos, se remata el capítulo con «Tauro-teología extrema», que contiene un comentario esencial y sintetizador: «[…] en la vinculación de toros y teología nadie ha exprimido más ese asunto que Miguel Hernández en el ámbito de la creación poética […]». 

Algo más breves que los anteriores son los dos capítulos con que se finaliza este intenso volumen sobre la obra hernandiana. El penúltimo, «El toro erótico», toca uno de los temas de mayor expectación: el «del toro y sus significaciones en El rayo que no cesa», pero poniéndolo en relación asimismo con «la etapa literaria neogongorina, en tiempos de Perito en lunas y su ciclo poético». Es por ello que la época antecitada es el momento al que primeramente se traslada el pensamiento de Balcells, que comenta brevemente dos poemas antes de centrarse, con la misma finalidad, en las obras escénicas del escritor de Orihuela (cfr. págs. 277-281). El ensayista rebuscará igualmente en los poemas de El silbo vulnerado para constatar en ellos la identificación del toro bien con la amante bien con la amada, llegándose a descubrir «un empuje erótico ya muy encendido» tras la poetización del «tandem biográfico Josefina-Miguel». Esto último da pie a tratar, como en un paréntesis, la relación que tuvo Josefina con los toros, y a la vez, las labores de acopio de datos que el poeta realizó para que figurasen en la antedicha enciclopedia de Cossío. El resto del capítulo –que todavía se despliega en cinco epígrafes de poca extensión– aborda la presencia del toro en el poemario El rayo que no cesa, en donde «el toro asoma, o irrumpe ampliamente, en distintos poemas desde la perspectiva erótica, pero identificado con el padecer amoroso del hablante […]». Entre otros poemas con esta temática, Balcells atiende aquí a sonetos tan conocidos de Hernández como «El toro sabe al fin de la corrida », «Como el toro he nacido para el luto» y «La muerte, toda llena de agujeros ».

Con todo, el más breve de los nueve capítulos que componen el libro es el último, «El tótem táurico», que lo remata doblemente: por concluirlo y por cerrar la temática que se ha venido comentando en este apartado segundo. Con solo dieciséis páginas, está enfocado a analizar la presencia del toro en los libros que Miguel Hernández compuso en el periodo de la Guerra Civil: Viento del pueblo y El hombre acecha, dos poemarios cuyo material Balcells expone a la luz de sus diferencias y del empleo en ellos de los términos buey y toro. En Viento del pueblo se singulariza que es «la falta de acometida de unos y el empuje de los otros» el sentido con que aparecen caracterizados, dando con ello a entender que los combatientes republicanos deben mirarse «en el espejo del toro, y no en el del buey» habida cuenta de que «Esos combatientes han de hacer honor a la conducta orgullosa, arrogante y belígera del cornúpeta bravo, y combatir de acuerdo con esos parámetros de actuación (…)». 

Con este interesante y oportuno ensayo de 326 páginas rebosantes de biografía y sentida lírica, el profesor Balcells profundiza en la vida y la obra del poeta de Oriehuela y amplía su conocimiento sumándolo al que plasman otros estudios anteriores suyos, entre los que recordamos –sin mencionar conferencias y artículos de indudable valor– los titulados Miguel Hernández, corazón desmesurado (Barcelona: Dirosa, 1975), Miguel Hernández (Barcelona: Teide, 1990), Miguel Hernández. El rayo que no cesa (edición de J. Mª. Balcells, Madrid: Sial, 2002), y Sujetado rayo. Estudios sobre Miguel Hernández (Madrid: Devenir, 2009).

Antonio Moreno Ayora

Volver

Comentarios

No existen comentarios para la entrada.