VOCES AIRADAS. LA OTRA CARA DE LA GENERACIÓN DEL 27

lunes, 16 febrero 2015

Juan Cano Ballesta

Madrid: Cátedra, 2013, 207 pp.

El profesor emérito de la Universidad de Virginia Juan Cano Ballesta es bien conocido en el campo académico por la publicación de estudios y antologías centrados principalmente en la poesía española contemporánea. A los trabajos anteriores se une ahora Voces airadas, que no es, por otra parte, el primero que dedica a los escritores de la Generación del 27 (La poesía española entre pureza y revolución, 1972 y 1996). Los estudiosos de este grupo generacional de poetas establecen varias etapas en el desarrollo de su trayectoria creativa. José Carlos Mainer en La Edad de Plata (1902-1939) habla de «los felices veinte y los hoscos treinta», y precisa que «para los llamados happy twenties quedaría la alegría inicial del descubrimiento de lo vanguardista, el testimonio de un mundo banal y apresurado, y para los hoscos therties quedaría la aguda crisis de identidad [...] junto al predominio de los valores del compromiso sobre los puramente eutrapélicos que podrían caracterizar la década precedente» (181). Cabe una tercera etapa en la Generación del 27: la posterior a la guerra civil y el exilio de muchos de sus miembros. 

El corte con la poesía descomprometida y jovial de los años veinte se produce en 1929, como observa Dámaso Alonso y también Mainer. A partir de entonces, surge, según el académico y poeta, una nueva poesía española. Cano Ballesta, por su parte, advierte que la voz de protesta que comienza al final de la segunda década y se acentúa desde el comienzo de la siguiente se relaciona con las tres «sacudidas del exterior» que señala al estudiar el compromiso de Emilio Prados. Tales embates fueron sucesivamente el hundimiento de la monarquía y la proclamación de la República en 1931; la revolución de Asturias en 1934; y el comienzo de la guerra civil dos años después. La intención de Voces airadas es poner de relieve facetas menos destacadas pero existentes en la lírica de este conjunto de poetas, sensibles a la circunstancia social en que vivieron y crearon su obra, y que se va a prolongar en algunos casos en la tercera etapa. 

Afirma Cano Ballesta que los primeros que reaccionaron al acontecimiento de 1931 fueron Emilio Prados y Rafael Alberti. Los poemas en que Emilio Prados delata la injusticia ven la luz también en los años treinta. «Alerta» y «Existen en la Unión Soviética », que se publican en 1933, estaban escritos, sin embargo antes de 1930. Comienza por entonces una «oleada politizadora» que va penetrando en revistas y en libros, según Cano Ballesta, para quien el Calendario incompleto del pan y del pescado (1933- 1934) del malagueño Prados «es en las letras españolas uno de los primeros libros de poesía íntegramente consagrados al compromiso social y a la denuncia de la injusticia». Por las mismas fechas escribe Llanto de octubre, sobre la revolución asturiana. La voz cautiva, cuyo título sugiere la orientación claramente, lo había iniciado antes del segundo y después del primero de los otros dos libros. El cuarto poemario alude expresamente a la tercera de las acometidas exteriores que provocaron la reacción de los poetas del 27: Destino fiel (Ejercicios de poesía en guerra, 1936-1939).

Muchos poemas del también malagueño Moreno Villa pertenecientes a Carambas (1931) y a libros posteriores como Puentes que no acaban (1933) y Salón sin muros (1936) son igualmente manifestaciones de disconformidad ante la realidad. Se combina en ellos la ética y la estética con el propósito de agitar conciencias. Este poeta y pintor abandona Madrid, junto con otras personalidades del mundo del arte, a finales de noviembre de 1936. Luego pasará a México donde muere en 1955. Los poemas del exilio llevan ya el sello de la añoranza y el llanto, como es observable en otros casos.

La poesía inicial del Salinas jovial de su primera etapa, vanguardista y receptora de los adelantos de la técnica moderna (teléfono, automóvil, cinematógrafo, bombilla…), que por otra parte nunca se deshumaniza («la máquina queda siempre sometida al hombre», afirma Cano Ballesta), se tiñe de compromiso abierto en las composiciones escritas durante la guerra o en la etapa posterior. Destacables en este sentido son los «Tres sonetos político-satíricos», de tono quevedesco, escritos en 1938. El malestar con que reacciona ante las bravuconadas del fascismo guarda relación con dos prosas inéditas que han sido publicadas por la editorial Devenir de Juan Pastor. De igual modo reacciona contra las prisas, las máquinas, el dinero y la ciudad moderna en algunos poemas como Civitas Dei» de El contemplado (1946). La voz airada se acentúa en otros de Todo más claro (1949), que se cierra con el famoso «Cero», y en el que se incluye también «Nocturno de los avisos », surgido como reacción contra la enajenación del hombre. Con el gran amigo de Salinas, Jorge Guillén, pasa algo parecido: los poemas más reflexivos acerca del momento histórico pertenecen a la posguerra y en ellos denuncia con sobriedad la guerra, las armas, el dinero, la injusticia y el cainismo de la guerra y del franquismo. Alusivo a este último asunto es el poema titulado expresivamente «Primero de abril, 1969» (no hay yerro en la fecha). El poeta de la poesía pura de Cántico no es indiferente a la realidad social o histórica, especialmente en Clamor y Maremagnum. 

En cuanto a Federico García Lorca, el homenaje a Góngora en 1927, la crítica de Buñuel y Dalí a Romancero gitano (1928) y el posterior viaje a Estados Unidos son hechos que tienen influencia en su evolución poética. Con Poeta en Nueva York entra Lorca en un surrealismo que no es sólo estilístico sino también ético, sin olvidar del todo la lógica poética. En este sentido, Cano Ballesta se fija en uno de los poemas más destacables de este libro surrealista de Lorca, «Grito hacia Roma», y lo interpreta personalmente desde un punto de vista social y político, como un severo ataque al papa Pío XI por los pactos establecidos con Mussolini. Igualmente desafiante y crítico se muestra el poeta en «Oda al rey de Harlem» o «Nueva York-oficina y denuncia». En éste, Lorca dirige la protesta contra el sacrificio a que está sometida la naturaleza por el consumo de la gran urbe o por la contaminación, como sucede en «La aurora». Para Cano Ballesta, Poeta en Nueva York expone la faceta negativa del avance industrial en la sociedad capitalista, violenta e injusta.

Vicente Aleixandre también alza su voz airada con el estallido de la guerra civil. Constata Cano Ballesta que el poeta no quiso incluir en sus Obras completas los romances de la guerra «El fusilado» (publicado en El Mono Azul el 17 de septiembre de 1936) y «El miliciano desconocido» (11 de febrero de 1936), y la «Oda a los niños de Madrid muertos por la metralla », de 1936, pero publicado el 18 de enero de 1937. A ellos les dedica su atención el profesor Cano Ballesta y a otras composiciones pertenecientes a Sombra del Paraíso (1944), escrito entre 1939 y 1943, años de guerra española y mundial, que constituyen la «sombra» y la nostalgia de la luz del mundo y del paraíso del que se encuentra expulsado el poeta. La voz de Aleixandre, afirma el profesor, «no ofrece un remedio a la injusticia. Pero sí constituye una efusión de descontento y de insatisfacción».

El mismo año que el libro de Aleixandre apareció Hijos de la ira de Dámaso Alonso. Ambos rompen con la estética vigente. Por esos años imperaban una poesía religiosa confiada, una poesía que cantaba la gloria del imperio y el garcilasismo sereno y armónico que contrastaba con el desarrollo de la segunda Guerra Mundial y la situación de una posguerra española empobrecida. Hijos de la ira es, como dijo su autor, «un libro de protesta escrito cuando en España nadie protestaba». Su religiosidad es bien distinta de la dominante y sintoniza de algún modo con la de Unamuno, pero sus versos y su retórica contrastan con el soneto reinante en la poesía de la inmediata posguerra. Afirma Cano Ballesta que este libro del académico y poeta Dámaso Alonso abre una nueva época: junto a Sombra del Paraíso y La familia de Pascual Duarte (1942) «constituye la definitiva revuelta estética y moral de la literatura contra la atmósfera opresiva y las consignas que la amordazaban ».

También representan un cambio, pero en la evolución de la obra lírica de Luis Cernuda, Un río, un amor (1929) y Los placeres prohibidos (1931). Protesta en ellos el poeta sevillano contra la moral burguesa y expone un personal deseo insatisfecho. Pero Cernuda no vuelve la espalda a la realidad pues desde ahí en adelante da muestras de compromiso personal con la república de izquierdas, como queda testimoniado en el artículo «El miliciano y el simpatizante en fuga», publicado en el diario Ahora en febrero de 1937, según precisa el autor de Voces airadas. Ahora bien, su protesta poética se alza principalmente contra una realidad desde una disposición moral, no ideológica o partidista, según se ve también en libros posteriores a los citados y en poemas como «A Larra con unas violetas» o «La visita de Dios» o «A un poeta muerto: F. G. L.». Por eso, afirma Cano Ballesta, el compromiso político de Cernuda «tiene características muy especiales».

En cambio, la obra de Rafael Alberti permite afirmar de su autor que es un «poeta de la revolución». Tras los tres primeros libros, anteriores a 1930 (Marinero en tierra, 1925; La amante, 1926; y El alba del alhelí, 1928) que constituyen la etapa inicial, comienza otra de abierto y revolucionario compromiso en que el poeta se coloca «en la calle» (1931) y adopta una disposición combativa. Cano Ballesta considera como paradigmático de esta poesía de compromiso enérgico el poema «Romance de los campesinos de Zorita», de época republicana. Pero la poesía combativa y revolucionaria de Alberti no se limita sólo a la realidad española. El libro 13 barras y 48 estrellas (1936) es resultado de su visita a Estados Unidos y a otros países americanos adonde ha llegado a primeros de marzo de 1935, tras su regreso de la Unión Soviética. Es muestra de ese salto que da el poeta gaditano desde España a América con su poesía de denuncia y rebelión de los oprimidos. Y, en fin, compuso las Coplas de Juan Panadero ya en el exilio y la denuncia apunta al franquismo, contra el que ya combatió en El Mono Azul durante la guerra.

Luis Buñuel, el provocador cineasta de Calanda, que lanzó feroces descalificaciones contra algunos de los poetas de la Generación, como Lorca, cuyo Romancero gitano dice estar escrito «para que guste a los Andrenios, Baezas y a los poetas maricones y cernudos de Sevilla», también tiene su espacio en Voces airadas y no sólo como hombre de cine, sino también de palabra: Un perro andaluz fue, antes que filme, libro de poemas surrealistas que datan de 1927 y 1928.

De igual modo Cano Ballesta reserva un espacio, en apéndice, para Gerardo Diego, a quien estudia no en relación con el compromiso, sino con el cubismo. Son ejemplo de esa técnica artística innovadora que rompe con el modo de observar la realidad los poemas «Cuadro», el famoso soneto «Giralda» y el más célebre aún «Al ciprés de Silos», de Versos humanos (1925), en el que «la percepción y expresión cubista de la realidad es asociada al sentido metafísico y trascendente que el autor quiere prestar a su composición». La aproximación a estos textos de Gerardo Diego, que en este caso pone en relación con la pintura, como es natural, puede servir de ejemplo de lo que Cano Ballesta ha venido haciendo con otros muchos poemas comentados a lo largo de los sucesivos estudios reunidos en Voces airadas.

Efectivamente, su autor va trazando el itinerario de la poesía comprometida de la Generación del 27 de manera sistemática en los once estudios que dedicados a otros tantos autores acabo de describir. Poemas significativos en este sentido quedan reseñados, y en muchos casos, como digo, comentados con amplitud y claridad expresiva, al tiempo que señala al lector la posible prolongación del camino informativo o interpretativo mediante las oportunas indicaciones acerca de la bibliografía más solvente que existe sobre el particular asunto tratado. Voces airadas constituye, pues, una clara y rigurosa guía académica para acompañarnos de manera solvente en el estudio del tema abordado en estos poetas del 27, entre los que alcanza airamiento especial la voz de Alberti.

Tanto por la faceta más jovial o personal de los «felices veinte» como por aquella que al finalizar esa década empieza a deslizarse hacia la protesta, con mayor o menor grado de compromiso y apertura a la realidad social según puede verse en este libro, la obra de estos escritores forma parte importantísima de esa época de la historia de la literatura española que se denomina Edad de Plata.

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