VÉRTICE DE LLAMA. EL GRECO EN LA LITERATURA HISPÁNICA. ESTUDIO Y ANTOLOGÍA POÉTICA.

viernes, 10 junio 2016

Rafael Alarcón Sierra

Ediciones de Universidad de Valladolid, 2014, 316 pp.

 

En el marco de las conmemoraciones que el año pasado han jalonado el cuarto centenario del fallecimiento del Greco (1541–1614), algunas de las propuestas más enriquecedoras han venido en forma de revisiones críticas de la obra del pintor candiota que han tenido en cuenta su decisiva influencia en la creación más reciente. En lo expositivo, este esfuerzo comparatista ha cristalizado en muestras colectivas como Entre el cielo y la tierra (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid), basada en obras de artistas españoles actuales y, especialmente, en la que el Museo del Prado acogió durante su temporada veraniega. El Greco y la pintura moderna sintetizaba, acaso por primera vez en un espacio museístico, la compleja relación entre la obra del enigmático candiota y la de maestros contemporáneos que, desde Cézanne hasta Francis Bacon o Antonio Saura, lo han asumido como modelo de experimentación plástica y como un eslabón entre el academicismo y la liberación formal de las Vanguardias.

El libro de Rafael Alarcón Sierra que ahora reseñamos podría considerarse, de un modo bastante ajustado, como el equivalente literario a aquella exposición. Vértice de llama. El Greco en la literatura hispánica. Estudio y antología poética culmina años de trabajo sobre uno de los aspectos más llamativos –y poco estudiados– del cretense: la conversión del Greco –tanto su obra como su enigmática personalidad– en tema literario, esencialmente poético, en la contemporaneidad.

Alarcón Sierra parte de la idea del Greco como moderno anacronismo para culminar un recorrido ambicioso y exhaustivo por la presencia del pintor renacentista en la poesía hispánica. Para ello, ha establecido una estructura en tres partes. La primera de ellas reconstruye la visión contemporánea del Greco a través de la prosa, y centra su mirada en las ideas que, a través del ensayo, la historiografía del arte o la escritura más personal, desgranaron una nómina de autores en la que encontramos a miembros destacados del 98, a Ortega y Gasset y a otros ensayistas menos conocidos, pero igualmente influyentes. El capítulo comienza citando a los autores que homenajearon al Greco en su fallecimiento o en vida, y constatando después el silencio crítico y literario que, nacido pocas décadas después, se extendería hasta finales del siglo XIX. En ese sentido, El Greco, como Luis de Góngora, representa una visión heterodoxa del clasicismo español que no encontraría una correcta valoración hasta que, en el siglo XX, la mirada contemporánea ayudara a desenterrar su esplendor perdido. 

El recorrido que plantea Rafael Alarcón, extraordinariamente documentado, se abre con Cristóbal de Mesa y se cierra con música pop y retórica publicitaria.

Respaldado por una apabullante documentación bibliográfica, facilita una inmersión exhaustiva en las ideas modernas sobre el Greco, y satisface uno de los desafíos más acuciantes del texto: conseguir un ensayo sólido no sólo desde lo filológico, sino desde la Historia del Arte. En ese sentido, apunta de forma certera la influencia de ciertos textos, como El Greco (1908) de Manuel Bartolomé Cossío, y sortea con éxito las dificultades de este enfoque multidisciplinar porque es precisamente éste uno de sus ámbitos de trabajo predilectos. 

No en vano las relaciones entre literatura y artes visuales son un campo de estudio que ha ocupado numerosas páginas de la ya extensa obra ensayística de Alarcón Sierra, autor de ediciones críticas y ensayos dedicados a poetas tan ‘pictóricos’ como Manuel Machado o Juan Ramón Jiménez. En este caso, el reto es doblemente arduo, puesto que el investigador ha prescindido de corsés cronológicos o estilísticos para conformar el segundo y el tercer bloque de Vértice de llama. Es en ellos donde aflora la meta más ambiciosa del libro, cuyo objetivo, en definitiva, es rastrear el modo en que El Greco (su personalidad y su obra) se transforma en un tema predilecto para los poetas hispánicos a partir de finales del siglo XIX.

En la antología, un poema de Antonio de Zayas publicado inicialmente en 1902 abre la veta contemporánea del Greco en la poesía española, y lo hace con un soneto que, como recuerda el profesor Alarcón Sierra, supone un ejemplo perfecto de écfrasis modernista. A partir de ese punto, el libro debe leerse con dos puntos de lectura: uno en los análisis del profesor y otro en los poemas que ha reproducido en una abultada antología poética que ocupa la segunda mitad del volumen. Permítasenos sugerir una tercera lectura en paralelo: un buen catálogo del Greco –o, en su defecto, un motor de búsqueda de imágenes– para disfrutar doblemente del recorrido en compañía de las imágenes citadas. 

Así, el lector asiste al desarrollo de una tradición iconográfica que va adquiriendo complejidad a medida que la cronología avanza. Señala Rafael Alarcón que, para los Modernistas, influidos por la visión de Pío Baroja y Azorín, El Greco presentaba rasgos muy claros, de una enigmática espiritualidad, por un lado, y también de síntesis del alma española que reverenciaban los escritores del 98. Tampoco olvida que, en aquel turbulento fin de siglo, el conocimiento general del Greco se limitaba aún a tres imágenes muy concretas. Las dos primeras son sendas pinturas –el Caballero de la mano en el pecho y El entierro del Conde de Orgaz–, y la tercera es el espacio urbano tradicionalmente asociado al pintor candiota: la ciudad de Toledo, como síntesis de mezcla de civilizaciones, y también como la más española de las “ciudades muertas” tan apreciadas por los finiseculares.

Sin embargo, la investigación ha dado también con textos tan interesantes como dos sonetos del poeta y filólogo Ángel Valbuena Prat que tratan la crisis de fe en el contexto de la Guerra Civil, e interiorizan la obra de la candiota al tiempo que inauguran un cambio de percepción. Con el análisis del largo poema que Rafael Alberti dedica al Greco en A la pintura (1948), el libro se adentra en la contemporaneidad a través de una gavilla singular de textos poéticos. Por un lado, espléndidos poemas de León Felipe, Luis Cernuda o Pablo García Baena. Por otro, el resultado de una encomiable labor de investigación que ha llevado a Rafael Alarcón a rescatar y poner en valor un sinfín de textos poco conocidos, con sorpresas tan estimulantes como las que depara una aguda décima de Carlos Murciano o una interesante cala en la obra poética de Diego Jesús Jiménez. 

Son varias las conclusiones a las que conduce la lectura de Vértice de llama. Por un lado, la constatación de que los lugares comunes en torno al Greco – el caballero, el Toledo renacentista, el misticismo– han encontrado acomodo de forma dispar –en ocasiones, muy sugerente– en autores de muy distinto signo. Por el otro, el descubrimiento y la revalorización de obras poéticas que por sí mismas demuestran la necesidad de un trabajo de estas características. Escrito desde un exquisito rigor filológico sin desatender el ritmo de lectura y la riqueza de comentarios y matices, Vértice de llama es, como los anteriores trabajos de Rafael Alarcón Sierra, una aportación esencial para desvelar las corrientes subterráneas de la literatura hispánica del siglo XX.

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