FUMANDO CON MIS MUERTOS

martes, 23 enero 2018

Álvaro Salvador

Vandalia, Sevilla, 2016

Desde su mismo título, Fumando con mis muertos resulta un libro decididamente atractivo. Se trata de la última entrega —largamente esperada— del poeta Álvaro Salvador (Granada, 1950); sin duda, uno de los autores de mayor relieve histórico de nuestra Literatura Española reciente y cuya trayectoria es ampliamente reconocida por su altura, su calidad y su coherencia. Reflexivo y meditativo, irónico —por momentos muy divertido; otros perturbador, por su crudeza—, Fumando con mis muertos es el libro de un poeta experto, buen conocedor del oficio, en el que se ha destilado lo mejor de su arte en el tiempo: un sujeto poético —el individuo escritor; el “personaje”— moral e intenso, con verdadera capacidad para penetrar las cortezas convencionales de la realidad y sumergir a su lector en las sustancias sentimentales primarias de la vida; así como un lenguaje materialista, depurado y sobrio, elegante y muy apegado al “hablar de los hombres” (radicalmente histórico, en su línea). Una voz, al fin, inteligente, convincente y plenamente consolidada que, sin embargo, no renuncia tampoco a la posibilidad de sorprender y ser sorprendido, explorando e investigando nuevas dimensiones literarias —tanto expresivas, como propiamente ideológicas—, “otras” miradas sobre el mundo, el tiempo y la existencia misma, constantemente cambiantes, que confirman al poeta inquieto (romántico y apasionado; escéptico y advertido); el poeta inconformista, al fin, que Álvaro Salvador ha sido siempre en todos sus libros.

Entre las novedades sobresalientes de Fumando con mis muertos con respecto a su obra previa se encuentra un novedoso asalto al gran tema del paso del tiempo (uno de los motivos clásicos y recurrentes de su poesía), en esta ocasión, desde la problemática específicamente generacional. Aunque Álvaro Salvador había adelantado esta preocupación ocasionalmente en otros libros —en el poema “Los territorios perdidos”, por ejemplo, de su libro Ahora, todavía (2001)—, nunca, sin embargo, se había manifestado con esta claridad y contundencia, dominando panorámicamente la primera de las cinco secciones del libro, titulada “La canción de la tierra”. Conviene recordar al respecto que Álvaro Salvador se formó y maduró personalmente en las actitudes rebeldes y contra-culturales, fuertemente contestatarias, de aquel legendario Mayo del 68 —contexto en el que, de hecho, se desenvuelven ideológicamente sus primeros libros—, un periodo de extraordinario vitalismo en el que la juventud occidental (también la española, aunque aquí su alcance y su impacto fueron más reducidos) tomó conciencia de sí misma, reclamando frente al paternalismo autoritario el derecho a construir con libertad su propia vida y su propio futuro. Desde esas claves, Álvaro Salvador construye un emocionante diálogo íntimo con las nuevas generaciones. Destaca, por ejemplo, la extrañeza de poemas como “La sustancia del tiempo”; la perplejidad y el lamento sincero ante el desperdicio de una juventud a la que no se le ofrecen horizontes vitales muy claros; la edad de los sueños y de la alegría atrapada ahí en la apatía y la indiferencia —los “botellones” y los sentimientos más instantáneos y consumibles—, bien trabada poéticamente con inquietudes ecologistas (hoy urgentes), resumidas al fin en un incógnito interrogante ante el futuro. Otros textos como el magnífico “Improbable discurso a los jóvenes”, se internan en ese mismo conflicto vertiendo una mirada cálida y comprensiva, llena de experimentada sabiduría, honestidad y excelentes consejos a unas nuevas generaciones, tal vez, destinadas a cometer siempre los mismos errores: la arrogancia, la imprudencia, la vanidad, la distorsión del amor en el deseo. Ni doctoral, ni solemne Álvaro Salvador recoge ahí y prolonga una tradición muy presente en los Poetas del 50 (Mario Benedetti, Ángel González): el poeta —el hombre experimentado—, sinceramente interesado en los problemas de los jóvenes, íntimamente convencido de su importancia en nuestra sociedad, la importancia de su salud emocional y de su educación; esperanza y única promesa para la sana renovación y el progreso de la vida; concentrada ahí, al fin, en la hermosa imagen del poema “El linaje de los mirlos”.

Con absoluta naturalidad y sencillez, el pensamiento del poeta se traslada desde ahí hacia el recuerdo y la consideración de su propio tiempo, su propia vida: su infancia, su juventud (“¿Qué tiene este noviembre / que no tuviera el tuyo?”, se pregunta). En una línea fuertemente anti-utópica —fuertemente materialista—, Álvaro Salvador constata el cambio histórico impresionante protagonizado en España por su generación en el poema “La canción de la tierra”: la radical transformación de todo un país desde su universo rural y campesino ancestral (sus medios y relaciones de producción, sus estampas y sus aromas, su profunda huella), hasta la gran metrópoli global de nuestros días. Aquel proceso, vivido en primera persona y en el centro, además, de sus contradicciones culturales —momento decisivo para el lanzamiento de La otra sentimentalidad en los años ochenta—, despierta la nostalgia en estos poemas, e incluso cierta melancolía; pero en ningún caso se encontrará en ellos amargura ni pesadumbre por el pasado ido. El poeta mira también hacia el tiempo adelante y celebra la modernidad: su cosmopolitismo, su diversidad, su Libertad, ya entrando en la segunda sección del libro, la titulada “Fragmentos de Nueva York”. En ella se plantea al lector un recorrido por varios momentos de uno de sus viajes a la ciudad —verdadera capital económica, política y cultural de nuestro mundo; tópico literario ya consolidado en la tradición moderna—, capturada ahí en siete instantáneas: ya en la entusiasta felicidad de la llegada —antes del aterrizaje, contemplando desde el avión el cuerpo de la ciudad en movimiento— en el poema “La vida nueva”; ya en la conciencia de su significación histórica para la poesía contemporánea: memoria de otros poetas queridos que pudieron también recorrer sus calles y dimensionar allí sus vidas en el texto “Manhattan poetry” (versos con el sabor de un homenaje a los Estados Unidos, y a la historia y la literatura norteamericanas); o ya en el recuerdo cordial del “Leo House”: un humilde hotel en el barrio de Chelsea —preferido del poeta—, cuya modesta dignidad corona allí la consagración de la alegría y del amor. Álvaro Salvador, no obstante, no olvida tampoco advertir de sus riesgos, mostrando también el lado oculto que anima la metrópoli en “Bajada a los infiernos”; o su rostro más temible en el muy impresionante poema “Contra-usura”, poema emplazado en el límite mismo —Wall Street— donde la democracia corre el riesgo cierto de derivar en un totalitarismo salvaje.

Con la sección “Remordimientos”, el libro llega a su ecuador y gana en gravedad y en mordiente: el materialismo propiamente histórico abre paso al misterio del subconsciente, a un oscuro desasosiego; el sentimiento de culpa y el castigo ante la realidad última e inevitable de la vida. Los poemas se revisten ahora de una atmósfera sombría, planeando sobre ellos el “Denuesto de la sombra” (metáfora del irreversible asalto de la lucidez); un verdadero descenso a las profundidades sentimentales del inconsciente, allí donde impone siempre la conciencia y el dolor de la muerte: “Ciudad negra” en la particular y muy compleja relación que mantienen los poetas granadinos con su ciudad y su historia; el sobrecogedor “8 de marzo” en el recuerdo de la difícil relación con su madre; o también “Elegía 2014” —año, en verdad, aciago para la poesía en lengua española—, recuento de algunas recientes desapariciones de poetas amigos y admirados (Juan Gelman, Félix Grande, José Emilio Pacheco, Ana María Moix, Leopoldo María Panero). Entre todos los de la serie, merece ser destacado el poema “Fumando con mis muertos”, pieza verdaderamente magistral que da, con justicia, título al libro. Texto inquietante que actualiza la mejor tradición romántica, valiente liberación de los fantasmas familiares más trágicos de su pasado —el padre, el hermano, los amigos suicidas, antiguas novias—, resulta impresionante la capacidad de Álvaro Salvador para contener poéticamente la acometida implacable, tan engañosa y tan inconstante del sueño (hecho ahí humo de tabaco), siempre en la tentación y en el miedo de aquello más querido, donde se hace ver su buen conocimiento de la psicología analítica y una habilidad característicamente suya para controlar el propio pánico —el propio “remordimiento”— y dominarlo lingüísticamente construyendo representaciones de una extraordinaria potencia emocional: “A veces sueño que de nuevo fumo / y entre el humo oloroso de mi vida pasada / los muertos de mi muerte me visitan, / me hablan, me recuerdan”.

Esa línea se desarrolla también en la breve sección “Una mujer espera en el andén”, prolongando la misma atmósfera perturbadora, ahora tocada con eventuales elementos eróticos —ya sutiles o explícitos— sobre la imagen de una misteriosa mujer esperando sola en el andén un tren que nunca llega (dispuesta, al parecer, a matar o a ser muerta); un poema arriesgado tanto en su formalización expresiva —asociando el verso libre a técnicas narrativas y dramáticas al modo de un diálogo—, como también en su audaz exploración de una sentimentalidad oscura y dañada, irracional, al menos en apariencia, e imprevisible; tal vez rota o humillada su inocencia, que ha perdido así, o ha confundido, la dirección de la vida. Álvaro Salvador, una vez más, sitúa ejemplarmente en el centro de su poesía la poderosa fuerza de los sentimientos (creativa, a veces; otras, destructora), la intensidad de sus contradicciones, tratadas siempre estilísticamente con suavidad y con ternura, con delicadeza y con solvencia verdadera.

Antes ya del cierre, el lector encontrará la serie “El libro de las artimañas”; poemas que suponen una distensión o alivio de las secciones inmediatamente previas regresando a la realidad más cotidiana del poeta desde una perspectiva nuevamente luminosa, nuevamente positiva y vitalista. En realidad, se trata de una de las estrategias poéticas más utilizadas por Álvaro Salvador; una maniobra —una artimaña, en rigor— estrictamente post-moderna en cuyo manejo demuestra destreza genuina: la ironía, la desacralización de la solemnidad lírica (la exageración de sus desgarros y arrebatos; sus peligrosas obsesiones e imposturas); la revelación del artificio de la poesía — ese divertimento, esa hermosa mentira construida— y la sabiduría también para saber ponerla a favor de la vida, y no al contrario. En contraste con la anterior y muy tenebrosa gravedad de la muerte, encontramos ahora al poeta en medio de sus quehaceres, sus preocupaciones comunes, sus pensamiento e ilusiones más informales y desenfadadas: “La patinadora del Carrefour” (esa ninfa casi alada, “por los pasillos del supermercado… girando y girando sin cesar”); los ruidos en la noche de su viejo camarada el frigorífico “SMEG”; el lamento de la muela perdida en un viaje a Buenos Aires o ese “puente muy valioso [que] cayó en Nueva Inglaterra” del divertidísimo “Ojos y dientes”; todos esos “ruidos de los niños, / el chapoteo del agua, / el zumbido indiscreto de las moscas… un cuerpo contra el agua. / El clic de una botella que se abre. / Un chirrido en la puerta”, la normalidad, en fin, justo antes de hacer el amor a su compañera en el poema “El vedado”. Y así, tras el conocimiento de la vida, tras la experiencia de la historia oscilando entre lo convencional y lo irreal, entre lo más grave y lo cotidiano, llega finalmente el poema “Jubileo” que cierra el libro (una encantadora actualización del tópico del beatus ille; tributo también a su maestro Jaime Gil de Biedma); celebración de la vida sencilla, la honrada aspiración al ameno retiro: “una casa modesta… un camino entre árboles / un bar quizá, pequeño, / un cine de verano. / Un buen libro / —de otro— / un vino gran reserva / y una buena mujer”. Una poesía. la de Álvaro Salvador. situada a la misma altura dramática de nuestra existencia; versos cómplices y acogedores, valientes y atrevidos: emocionantes y sorprendentes. Un libro. Fumando con mis muertos, imprescindible que confirma, de nuevo e inequívocamente, el magisterio de la voz de Álvaro Salvador y nos hace esperar, entretanto, ávidos sus próximas entregas.

Pablo Carriedo Castro

Crítico literario

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