CHILE EN LA PANTALLA 40 AÑOS DESPUÉS DEL GOLPE

martes, 30 septiembre 2014

Joan del Alcázar Garrido

Valencia: Universidad de Valencia-Cetro de Investigaciones Barros.

Arana, 2013, 212 pp.

 

La fecha del 11 de septiembre recuerda a la mayoría de la humanidad el atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York y contra el Pentágono en Washington en el año 2001 en esa barbarie colectiva que es el terrorismo como respuesta a las injusticias de cualquier tipo. Pero, en América Latina, y más concretamente en Chile, esa fecha recuerda el día fatídico en que un gobierno legítimo, como el de Salvador Allende y la Unidad Popular, fue derribado violentamente por el general Augusto Pinochet y miembros del ejército chileno para instaurar un régimen que se extendería hasta el año 1990. El aniversario de los cuarenta años de la fecha del golpe de estado de Pinochet ha dado lugar a diversas publicaciones conmemorativas, algunas de las cuales ponen de manifiesto severos trabajos de investigación, mientras que otras rememoran los hechos con carácter divulgativo.

En los últimos meses, desde el ámbito periodístico, se han publicado algunos libros muy interesantes sobre la recuperación de ese tiempo en donde el horror se convirtió en algo cotidiano. La instauración de un régimen totalitario que fue más allá del simple control del poder supuso en Chile el deseo de exterminio del considerado enemigo, el comunismo, mediante la creación de una policía política llamada Dina que desarrollo mediante la tortura, el asesinato, las violaciones y las desapariciones premeditadas una de las páginas más infames, no sólo de la historia de Chile, sino de la historia de la humanidad. Libros como La danza de los cuervos (2013) o El despertar de los cuervos (2013) de Javier Rebolledo sacaban a la luz los nombres y apellidos de los torturadores y colaboradores del régimen que asolaron aquellos años y que pusieron a la población bajo el sometimiento del miedo y de un gobierno dictatorial, torturadores que inexplicablemente, en muchos casos, siguen ejerciendo su actividad laboral dentro de Chile tanto en la Administración como fuera de ella. Otros libros, como Pinochet, los archivos secretos, reeditado y ampliado en 2013, de Peter Konbluh elaboraban una visión cruenta del régimen a partir de nuevos documentos históricos que no hacían sino corroborar el hecho de la falta de límites para instaurar una dictadura basada en el temor y la violencia. Publicado también por la Universidad de Valencia y ACDE Ediciones, ha aparecido Derechos humanos y justicia en Chile: Cerro Chena campo de prisioneros, de Manuel Ahumada Lillo, testimonio de primera mano sobre las ejecuciones en el campo de reclusión en Cerro Chena. El mismo autor de Chile en la pantalla ha publicado este año una explicación de aquellos hechos bajo el título de Chile. Memoria, impactos y perspectivas, en colaboración con Esteban Valenzuela en calidad de editores. 

Curiosamente, y no podía ser de otra manera, la barbarie y el horror dejó sus rastros en el cine. El género documental fue el que de mejor manera adoptó esta temática por razones muy evidentes. El documental es un género marginal dentro de tipología fílmica, no requiere de grandes inversiones, su distribución es periférica en los circuitos comerciales y las esperanzas de sus autores en hacerse ricos con su film suelen ser escasas. Más bién la realización documental encuentra su posible satisfacción en el reconocimiento del mundo intelectual y su reconocimiento social al denunciar situaciones de injusticia e iniquidad que los medios de comunicación masivos suelen rechazar por no ser acordes con su voluntad de espectacularización y su adecuación a las propuestas publicitarias que financian su actividad. Desde la realización de La batalla de Chile, de Patricio Guzmán, el cine chileno consiguió, mediante el cine documental de denuncia, llamar la atención de los espectadores de otros continentes sobre una cinematografía con escasos títulos importantes, cuando, curiosamente no había sido centro de atención desde que las primeras vistas enviadas por técnicos de Lumière se pasaran en Santiago de Chile en 1897. Pero ese campo se explotó con justicia y con voluntad artística, y fruto de dicho trabajo fue la realización de esplendidos trabajos como La espiral, de Armand Matelart, película que recoge al igual que la producción de Patricio Guzmán, imágenes en primera línea durante las primeras horas del golpe; Compañero Presidente (1971), de Miguel Littin, basado en una larga entrevista de un osado Regis Debray al recién elegido Salvador Allende pocos días antes de la nacionalización del cobre ordenada por el gobierno de la Unidad Popular; otras películas de Littin como Las actas de Marusia o Acta general de Chile hasta llegar a El mocito de Jean de Certeau (2011), testimonio de un torturador de la DINA, o el reciente y patético I Love Pinochet, documental que trata de recoger testimonios entre los apoyos del dictador tras ser extraditado a Chile después de ser detenido en Londres y procesado por las autoridades británicas. 

En esta línea se sitúa un interesante trabajo del profesor de la Universidad de Valencia Joan Alcázar: Chile en la pantalla. Memoria, impactos y perspectivas. Joan Alcázar (Valencia, 1954) es Catedrático de Historia contemporánea en la Universidad de Valencia. En 1988 actuó como perito de la acusación ante la Audiencia Nacional de España en el sumario 19/97 Terrorismo y Genocidio «Chile —Operativo Cóndor» que instruía el juez Baltasar Garzón contra Augusto Pinochet, lo cual hace a Joan Alcázar, tras un amplio periplo de investigación, uno de los máximos conocedores de la historia moderna de Chile y especialmente del periodo de la dictadura pinochetista. Entre sus publicaciones destacan Yo pisaré las calles nuevamente. Chile, revolución, dictadura, democracia (1970-2006), De compañero a contrarrevolucionario. La revolución cubana y el cine de Tomás Gutiérrez Alea. Es autor también de Historia de América Latina 1959-2009.

Chile en la pantalla es la continuación de un proceso lógico de años de investigación, pero también es una especie de homenaje a un tiempo y unos personajes que en su día representaron la libertad, en primer lugar a Salvador Allende y sus luces y sus sombras en el gobierno de la Unidad Popular, y en un segundo plano, no menos importante, a la necesidad de enseñar y analizar la historia como algo que ofrece a las nuevas generaciones una perspectiva sobre el presente y sobre la elaboración de un mundo más justo y democrático. Por ello, el libro, lejos de mantener una postura revanchista contra el régimen de Pinochet, adquiere, lo que a mi juicio es más difícil en el trabajo del historiador, un tono ponderado que trata de analizar los hechos en su justa perspectiva, mediante un análisis comedido que intenta presentar los distintos puntos de vista que condujeron al derribo y aniquilación de la Unidad Popular y el presidente Allende, sin dejar de denunciar los crímenes que tal régimen realizó de manera indiscriminada contra todo aquel que supusiera una oposición. El libro dedica amplias páginas a los años de las torturas y detenciones de la DINA que inevitablemente marcan la historia de Chile, la planificación de la Operación Cóndor como una operación de eliminación de todo rastro de comunismo en América Latina. Y esa reconstrucción logra con acierto contextualizar los hechos y aclararle al lector los temas que inevitablemente luego el cine iba recoger.

El registro cinematográfico se presenta como un documento que, con todas las precauciones, forma parte de la historia y sirve al historiador, a su vez, para recomponer el pasado histórico. Tenemos una memoria histórica hecha de imágenes que hay que intentar cuidar como parte de nuestra visión del problema, pero, al mismo tiempo, analizar con la cautela con que se toma cualquier otro documento histórico. Esas imágenes, sin embargo, constituyen por su accesibilidad, su interés y su dramatismo, un magnífico material de trabajo para la enseñanza de la disciplina histórica a las nuevas generaciones y es, a su vez, un instrumento de lucha contra el olvido y contra quienes niegan la existencia de las torturas y los asesinatos de aquel entonces. Así, el libro recorre y analiza una buena cantidad de las películas, cine documental en su mayoría, que tratan el tema de la dictadura chilena y su relación con la memoria histórica, o más bien, con las distintas memorias que conforman el estudio histórico. Y de ahí radica su interés, ya que Chile en la pantalla ofrece datos interesantes sobre películas conocidas como el caso de La batalla de Chile que fue trasladada desde el puerto de Valparaíso en una fuga clandestina y estuvo a punto de ser incautada por las autoridades militares. El libro también ofrece una interesante lectura de la película de ficción Missing, de Costa Gavras, en donde, desde el punto de vista de un padre norteamericano, se presenta la desaparición de su hijo a manos de las autoridades chilenas mostrando las circunstancias en las que se fraguo el golpe bajo el auspicio de la CIA y la dministración Nixon. No obstante, se echa de menos alguna carencia en un libro que pocos desmerecimientos posee, como que no se mencione la película La flaca Alejandra (1994) de Carmen Castillo y Guy Girard, testimonio de primera mano sobre el papel de los delatores dentro del Movimiento de Izquierda revolucionaria y los sectores de izquierda. Tampoco se menciona la serie de televisión Los archivos del cardenal, serie de magnífica calidad acompañada de gran éxito de audiencia en Chile y que trata el papel de la Vicaría de la Solidaridad en Santiago de Chile, organización de la cual se habla ampliamente en el libro. Con todo, el libro posee un gran interés tanto para el especialista como para el lector de libros de divulgación, ya que la exposición del autor es de una claridad meridiana, propia de sus fines docentes y con un ameno registro de escritura que hacen de Chile en la pantalla un libro que no se cae de las manos y que verdaderamente cuesta abandonar, pero sobre todo constituye una lectura que habla sobre algo más, y de ahí su valor, es un libro que habla sobre la dignidad y la decencia de la actuación política y de las ideas que la deben guiar, sobre los peligros que acechan a la democracia y sobre la posible impericia de los líderes que deben llevarlas a cabo y los riesgos que dicha impericia pueden implicar. Y esa lectura que es la lectura de un libro magnífico recibe una perspectiva singular en estos tiempos que nos tocan vivir, unos años en que palabras como decencia, democracia o dignidad cuando de la clase política se habla han perdido su significación o, desgraciadamente, el valor que les habíamos atribuido en las sociedades europeas.

Luis Veres

Universidat de València

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